La dimensión humana de los desastres
- Daniel de la Torre Guzmán

- 5 oct
- 4 Min. de lectura
Cuando las noticias informan sobre un “desastre natural” en alguna parte del mundo, nuestra mente viaja inmediatamente a la furia de la naturaleza: la fuerza de un sismo o la intensidad de un huracán. En el lenguaje común, la palabra "desastre" evoca un acto de la naturaleza, una fatalidad inevitable que está fuera de nuestro control.
Sin embargo, desde hace varias décadas, la Antropología de los Desastres nos empieza a ofrecer una visión mucho más completa e integral. Este enfoque científico nos dice que un desastre no es solo un evento natural. Fundamentalmente es un evento social. Es la interacción explosiva entre un fenómeno natural o antrópico (la amenaza) y las condiciones de vida de la sociedad que lo recibe (la vulnerabilidad).
Para entender el porqué de esta visión, debemos desmontar el concepto tradicional de desastre y ver cómo la dimensión humana, con sus luces y sombras, se integra en este fenómeno.

El trinomio fatal: amenaza, vulnerabilidad y desastre
Para la ciencia de los desastres, es fundamental separar los términos para poder gestionarlos. Un ejemplo muy claro podría ser:
Amenaza (evento natural): es la fuerza física. La energía liberada por un terremoto de magnitud 7.0 o la cantidad de lluvia caída en un corto periodo determinado. Es un peligro, pero aún no es una tragedia. Si un sismo de magnitud 7.0 ocurre en una zona despoblada, simplemente es un dato geológico.
Vulnerabilidad (contexto social): aquí es donde entra la dimensión humana. La vulnerabilidad es la debilidad de una sociedad para resistir y recuperarse de la amenaza. No es una debilidad natural, sino una que ha sido construida socialmente a lo largo del tiempo. Cosas como:
Vivienda precaria: casas construidas con materiales inadecuados o sin supervisión técnica.
Desigualdad económica: las personas más pobres tienen menos capacidad de reubicarse, exigir servicios seguros o reconstruir.
Falta de planificación: no existen sistemas de alerta, rutas de evacuación claras o políticas de uso de suelo que prohíban construir en zonas de riesgo.
El desastre ocurre cuando la amenaza coincide con la vulnerabilidad. Así, un sismo idéntico en magnitud puede ser un "incidente" en una ciudad bien planificada y una "tragedia" en una comunidad sin preparación. La naturaleza actuó igual; la diferencia fue la calidad de vida y las decisiones sociales previas.
El conocimiento local: la ciencia que viene de abajo
Entender la dimensión humana del riesgo también significa reconocer que la ciencia no solo se produce en los laboratorios. La antropología nos enseña que, si bien los modelos satelitales y análisis estadísticos son cruciales, la información más valiosa sobre el riesgo a menudo se encuentra en las prácticas cotidianas de la gente. Esto es lo que se conoce como conocimiento local o conocimiento ancestral.
Pensemos en una comunidad que vive a orillas de un río. Los expertos hidrólogos tienen sus indicadores, pero los ancianos de la comunidad pueden haber desarrollado, a lo largo de generaciones, un sistema de alerta basado en la observación sutil de la flora y la fauna, en el color o el sonido del agua, o incluso en la dirección de los vientos. Por esta razón resulta importante acercarnos al estudio del riesgo en una comunidad desde la experiencia social:
El mito como mapa de riesgo: para el antropólogo, un mito o una leyenda local sobre "la furia del volcán" o "el castigo del mar" no es solo una historia; puede ser una memoria histórica disfrazada de eventos catastróficos pasados. Estudiar estas narrativas permite recuperar información sobre la frecuencia y el impacto de eventos que ocurrieron antes de que existieran los registros científicos modernos.
La resiliencia no se improvisa: La resiliencia (la capacidad de recuperarse) de una comunidad es más efectiva cuando surge de sus propias redes comunitarias y no cuando es impuesta desde un gobierno central. El antropólogo documenta estas redes: quién ayuda a quién, cómo se organizan las comunidades para alimentar a los rescatistas, o cómo las iglesias o grupos vecinales se convierten en los primeros centros de acopio. Estas estructuras son la verdadera base de la respuesta inmediata y son invisibles a la mayoría de los análisis técnicos.
Como señaló Andrew Maskrey en su obra pionera: "los desastres no son naturales, el riesgo es una construcción social.” |
De la fatalidad a la prevención: el poder de la participación
Al integrar la dimensión humana, la antropología logra el cambio conceptual más importante: despojar al desastre de su halo de fatalidad.
Si el desastre fuera solo "un acto de dios," no podríamos hacer nada más que rezar. Pero si es el resultado de la vulnerabilidad social, entonces la prevención no se trata solo de construir muros de contención, sino de construir equidad.
La investigación antropológica se convierte en una herramienta política al demostrar que, para prevenir futuras tragedias, debemos:
Garantizar vivienda segura: políticas que prioricen el acceso a suelo y materiales de construcción adecuados para todos, especialmente para los más vulnerables.
Fomentar la participación: los planes de prevención y evacuación son mucho más efectivos si la comunidad participa en su diseño. Cuando la gente siente que su voz y su conocimiento han sido incluidos, el compromiso y el cumplimiento de las normas de seguridad aumentan drásticamente.
Memoria y aprendizaje: estudiar las memorias de los afectados (la manera en la que entienden el riesgo y las estrategias que usan para afrontarlo) es crucial. La memoria de desastres pasados puede motivar la acción preventiva o, por el contrario, crear un sentido de parálisis o resignación. El análisis humano nos ayuda a transformar esa memoria en aprendizaje activo.
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En definitiva, la Antropología de los Desastres introduce una variable real que nos obliga a mirar más allá de la magnitud de un sismo y a concentrarnos en la magnitud de la desigualdad y la calidad de nuestras decisiones sociales. Al reconocer que los desastres son experiencias profundamente humanas, ganamos la capacidad de prevenirlos y de enfrentarlos de una manera más justa, organizada y solidaria. Porque en seguridad integral, entender lo humano es también salvar vidas.
Daniel de la Torre Guzmán
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Fuente consultada
García-Acosta, V. (2021). La antropología de los desastres en América Latina: Estado del arte. En V. García-Acosta (Coord.), La antropología de los desastres en América Latina: Estado del arte (pp. 11–38). Ciudad de México: CIESAS, El Colef, Colmich y Gedisa Mexicana.




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